Personajes

Alfonso Diez

alfonso@codigodiez.mx

Escuelas para Genios

 

El caso del niño Andrew Almazán señala una de las deficiencias graves en el sistema educativo nacional: no existen en México instituciones que se ocupen de educar a niños con inteligencia muy superior a la media y como consecuencia, los que podrían ser alumnos destacados y posteriormente magníficos profesionales, pueden inclusive llegar al grado de abandonar sus estudios por simple aburrimiento.

Vayamos por partes:

Andrew nació en 1995 y es hijo de una licenciada en Filosofía y un médico del deporte.

Terminó la primaria a los 10 años de edad y la secundaria en un año más, con promedio de 9.8. Al siguiente año terminó la preparatoria y logró que el doctor Pedro Ángel Palou García, rector de la Universidad de las Américas en Puebla (UDLA), le entregara una beca para seguir sus estudios universitarios.

Ahora, a los 13 años de edad, ha dejado la UDLA porque el nuevo rector y excanciller Luis Ernesto Derbez le anunció que no podría seguir disfrutando del régimen tutorial que tenía en la carrera de Medicina, en la que por cierto tenía el más alto promedio, 9.95, y que tal ventaja sólo la conservaría en la de Psicología.

Andrew se va a la Universidad Panamericana del Distrito Federal a continuar sus estudios de Medicina y sus padres analizan dónde podría continuar los de Psicología.

Mientras en países como Estados Unidos, las universidades más caras se pelean por aquellos que tienen capacidades fuera de lo común, sea en el deporte o en el estudio, para darles una beca que en el futuro les permita publicitar el hecho para lograr más inscripciones, en México y concretamente en Puebla, en la Universidad de las Américas, se hace todo lo contrario, como muestra de una enorme incapacidad para dirigir y administrar el centro de estudios.

Cuando el niño Almazán comenzó sus estudios se aburría en la escuela porque asimilaba con mucha mayor rapidez que sus compañeros las enseñanzas y le fue diagnosticado erróneamente el Trastorno de Déficit de Atención. Era la salida fácil: “Se aburre porque no pone atención”. Pero él demostró que no era así. Se trata de un niño diferente a los demás, es un niño genio.

En la primaria es donde se pueden descubrir estos casos, no frecuentes, y ser canalizados a instituciones especializadas en educar precisamente a aquellos que demuestran tener una inteligencia muy por encima de la común.

Pero, desafortunadamente, tal tipo de instituciones no son conocidas en nuestro país, si es que existen, y el gobierno mexicano no las ha creado.

El problema en realidad no es nuevo. Ha habido casos de niños muy inteligentes que llegan a la primaria y ya llevan los conocimientos que se supone van a adquirir ahí, porque desde que tuvieron uso de razón sus padres les enseñaron a leer y escribir, a sumar y restar, a multiplicar y dividir.

En consecuencia, cuando la maestra o maestro dibujan en el pizarrón las primeras letras y les indican a los alumnos que deben llenar planas y planas de letras del alfabeto que el niño genio ya conoce perfectamente, éste se aburre; y cuando le empiezan a enseñar operaciones aritméticas simples, que él domina, su aburrimiento es de tal magnitud que puede llegar a creer que no le gusta la escuela y a los pocos años convertirse en faltista frecuente, hasta, tal vez, abandonar la escuela.

Al terminar la primaria va cargando un lastre que no le pertenecía y éste se va haciendo cada vez más grande conforme avanza en su educación, de tal manera que, cuando comienza sus estudios universitarios, el aburrimiento mezclado con las faltas de asistencia a clases lo han llevado al punto de llegar con una educación deficiente y, por lo mismo, puede serle difícil lograr una carrera.

Pero esto se puede evitar. Lo primero que se debe hacer es evaluar el Cociente Intelectual de los niños para separarlos del resto en cualquiera de dos casos: a) si tienen una inteligencia muy superior y, el caso contrario, b) si tienen una inteligencia muy inferior. El primero es el genio, o con posibilidades de serlo y el segundo es el que padece retraso mental.

En ambos casos deben ser transferidos a Escuelas de Educación Especial. Las “escuelas para genios” no han sido creadas por el Estado, ni los métodos para detectarlos desde sus primeros años.

El Orientador Vocacional, asignado a las escuelas secundarias, podría ser el medio para la detección, siempre y cuando se les dé una capacitación más adecuada y comiencen su tarea desde la primaria. Otra opción podría ser la creación de nuevas plazas para psicólogos especializados.

Hay padres que, con justa razón, no quieren que sus hijos sean tratados de “manera diferente”, aunque hayan mostrado claramente que son superiores, pero no se puede evitar que los niños que “llegan sabiendo” a la primaria presten menos atención a las clases por las razones antes expuestas, lo que deteriora su aprendizaje.

El Cociente Intelectual (IQ) ha sido determinado por estadísticas en 100, para el grueso de la población, 110 para la inteligencia sobresaliente, 120 para la inteligencia superior y 140 para el genio, o con posibilidades de serlo. Andrew tiene un IQ de 140.

Aquellos con 90 de IQ son catalogados como subnormales, y los que tienen menos de 80 entran a la categoría de los que tienen retraso mental.

Tuvo suerte el niño Almazán en ser descubierto a tiempo como genio. La mayoría de los que están en ese caso no la tienen. Son, evidentemente, los menos, pero si nadie les presta atención desde pequeños, corren el peligro de perderse entre las masas y vivir con el estigma equivocado e injusto de padecer de Déficit de Atención, cuando en realidad son genios en potencia.

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